Este es el segundo proyecto que finalizo en el que las palabras y las imágenes se mezclan para definir INSTANTES.
En el primero quedaban reflejados esos momentos que vivo a solas con la naturaleza en el ámbito de la isla de Tenerife. En este segundo trabajo el espacio se reduce y los rincones fotografiados están todos dentro del territorio del Macizo de Anaga, declarado Reserva de la Biosfera el 9 de junio de 2015 en París.
No es fácil que un espacio tenga esta catalogación de nombre tan rimbombante, pero es que Anaga es tan especial…
Soy Tagananero de cuna y viví la primera etapa de mi vida en ese pueblo maravilloso y como todo ocurre por algo, desde hace unos años vivo en el Roque de las Bodegas. Dejé la proximidad a las nubes del alisio, por el ruido incesante de las olas del Atlántico. Quizás esa sea mi transformación.
He presenciado la metamorfosis que se ha ido produciendo en el entorno del Macizo durante más de cuarenta años: Los terrenos de cultivo cada vez son más escasos y cuando la naturaleza reclama lo que un día la mano del hombre le arrebató, el paisaje se modifica inevitablemente. La población de los caseríos disminuye; los mayores van muriendo y con ellos se van tantas y tantas tradiciones que sus nietos no han querido aprender, quizás, por desinterés de todos. La orografía dibuja carreteras y accesos complicados, por lo que los nativos prefieren vivir en las zonas próximas a sus trabajos y los caseríos se sienten inhabitados en los meses duros del año. Sin embargo, en los veranos, la vida se vuelve ajetreada por la presencia de vecinos y sus familiares y todo estalla en energía vital y alegría, aunque luego llegará octubre y el silencio melancólico volverá a cada lugar. Lo único que ha aumentado es el número de visitantes al Macizo, ya sean canarios, peninsulares o extranjeros. Y es que si vienes a Tenerife, visitas Anaga…
Recorro los rincones de este espacio desde que tengo uso de razón. Siempre ha sido una necesidad casi visceral. Lo empecé a hacer con seis años acompañado de mis padres. Algunos más tarde ya lo hacía en soledad, porque así me encontraba a mí mismo a través de lo que me rodeaba. Cumplí años y poco a poco fui introduciendo en estos recorridos la cámara fotográfica y años más tarde añadí texto al conjunto. Eso es lo que encontrarás en las próximas páginas. INSTANTES muy íntimos con los rincones de Anaga, con su costa, con sus montañas, con su verde, con sus noches de estrellas, con el azul del cielo y el mar, con el blanco de la espuma y las nubes… En definitiva, la forma en que la veo y aún más cómo la siento, cuando parado en cualquier esquina de su jardín, dejo que las raíces se hundan profundamente en su tierra. Porque Anaga la puedes ver, pero si la sientes te atrapará para siempre…